lunes, 17 de noviembre de 2008

¡AGUAS, AGUAS!

Gritos, juegos, diversión, travesuras e inocencia, fueron los componentes de mi niñez, esa que misma que pasó rápido y casi desapercibida, y digo esto porque siempre me caracterizaba por ser un niño algo engreído y serio a comparación  de mis compañeros. Tal vez todo eso se deba a que tengo tres hermanos mayores y nunca quería verme como tan solo un niño al lado de ellos.

En los primeros años de colegio fui un gran dolor de cabeza para los profesores y  algunos compañeros. Me sentía como un héroe defendiendo a otros niños aunque la mayoría de mis actos terminaba perjudicando a alguien y yo en la rectoría.

Si las guerras en el mundo fueran como la que libramos mis compañeros y yo durante las primeras semanas de clase, del primer año de bachillerato, es decir, sexto grado; seguramente el mundo sería un gran jardín de hombres que dejan escapar su espíritu de infantil.

Dicha batalla con mis compañeros comenzó con un inmenso obsequio que traía uno de ellos, una bolsa repleta de globos de caucho. Como teníamos dos descansos resolvimos utilizar el segundo para emplear aquellos globos en algún juego que nos hiciera pasar el tiempo con risas y diversión. Una vez llegada la hora decidimos utilizar los globos como granadas con agua a cambio de pólvora. Nuestra misión: mojar a algún descuidado estudiante, más tarde encontramos el blanco, niños del mismo grado nuestro pero de otro curso.

Lance la primera granada sobre la cabeza de uno de ellos, explotó y lo mojó exitosamente, primer objetivo cumplido.

Segunda granada, pero a diferencia de la primera esta no tuvo un buen final, el globo cayó pero no explotó, ellos lo tomaron como arma de contraataque y así comenzó una batalla campal, en la que cualquier cosa con que se pudiera transportar agua era válida como arma.

Así continuó la guerra inocente por largo tiempo, sólo finalizó cuando el personal de seguridad nos escoltó hasta los diferentes salones donde ya habían comenzado las clases hacia tiempo. La profesora tenía un aspecto furibundo por nuestra tardanza, pero no pudo evitar dejar escapar una sonrisa por mi aspecto, pues yo estaba completamente empapado de pies a cabeza. De mi uniforme caían gotas por todos lados, quizá de forma rítmica, tantas gotas caían que, al finalizar la clase bajo mi asiento había un inmenso charco.

Pero como en toda batalla, por más inocente que sea, hay caídos, yo fui uno, pues tuve un fuerte resfrío durante varios días.

Aun sin mí la guerra continuo y por más medidas que tomaron las directivas la guerra no se detuvo  y por el contrario continuó hasta el punto de convertirse en una tradición en mi colegio. En la que los estudiantes de sexto de bachillerato para comenzar el año escolar, hacen una pequeña batalla como la que tuve hace años, en la experiencia que para mi le daría el punto final a mi niñez.

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